Y me vuelvo a sentar frente al papel en blanco para purgar, pero la energía desvanecida no reaparece. Y me siento a llorar una sola lágrima. Una. Que recojo con sumo cuidado en mi tintero, esperando que haga fluir, aunque sea un poco, la tinta seca que espera en la oscuridad a ser convertida en palabras, nubes.
Así vuelvo, como una marea perdida, a estas costas. Cargado de intención. De necesidad. De deseo. Y abro un pedazo del corazón, vomitándolo sobre este papel de mentira en el que no se ve reflejo alguno. En el que no se mira más que al vacío. Y dejo caer cien palabras o más.
Retiro la silla y miro. Sin releer.
Y dejo caer la maza. Absolviéndome de este breve crimen que he cometido. Un nudo en la garganta que pasa a ser menos molestia.
Miro la lágrima en el tintero.
Lloro otra, esperando que tal vez dos, sean suficientes para redimir esta oscuridad. Este silencio.
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